jueves, 4 de febrero de 2010

Sarquís, Buganza y el Manifiesto de Basarab Nicolescu

fundamentos en humanidades

Fundamentos en Humanidades
Universidad Nacional de San Luis – Argentina

Año X – Número I (19/2009) pp. 43/55

La teoría del conocimiento
transdisciplinar a partir del Manifiesto
de Basarab Nicolescu

The theory of transdisciplinary knowledge in the Manifest by Basarab Nicolescu

Jorge Sarquís
Universidad Veracruzana

Jacob Buganza
Universidad Veracruzana

(Recibido: 23/04/09 – Aceptado: 29/08/09)
Resumen

El artículo tiene como objetivo exponer y, en su caso, criticar, la teoría del conocimiento que sustenta el físico rumano Basarab Nicolescu, tomando como base el Manifiesto en donde este autor ha tratado de compendiar su visión de la transdisciplina. Los autores conciben que la transdisciplina es una posición gnoseológica, pues ésta propone una visión donde el saber humano válido no se circunscribe únicamente al conocimiento científico, donde es paradigmático el conocimiento de la física. Además, la transdisciplina, para los autores, se adecua muy bien a la teoría general de sistemas, en donde la parte y el todo tienen una reciprocidad innegable.

Abstract
The objective of this paper is to present and criticize the theory of knowledge proposed by the Rumanian physicist Basarab Nicolescu in the Manifest, in which the author attempts to summarize his perspective of transdisciplinarity. We consider that this concept is a gnoseological position since it proposes that valid human knowledge is not limited only to scientific knowledge, in which physics has become paradigmatical. 
Additionally, we believe transdisciplinarity fits quite naturally the General Theory of Systems, in which there is an irrefutable reciprocity between each component and the whole.

Palabras Clave
transdisciplina - teoría del conocimiento - teoría general de sistemas

Keywords
transdiscipline - theory of knowledge - general theory of systems

Este texto tiene la intención explícita de brindar al lector una reflexión

crítica, con las limitaciones evidentes que conciernen a la finitud de

todo texto, acerca de la concepción general de la transdisciplina que ha

propuesto, en el Manifiesto de la transdisciplinariedad, el físico rumano

Basarab Nicolescu (1) (Campos, 2006).

La teoría de la transdisciplinariedad es un producto reciente de la

reflexión filosófica renovada por los descubrimientos de la física cuántica

-casi desde los albores y a lo largo del siglo XX, así como, más recientemente,

por el advenimiento de las nuevas ciencias de la información

y el desarrollo de la teoría general de sistemas, a partir de la segunda

mitad del mismo siglo. De este modo, se trata en realidad de un proceso

reflexivo en marcha, inacabado. Con todo, la transdisciplinariedad ya

ha generado aportaciones importantes por parte de autores de diversos

ámbitos académicos y desde muchos países.

La transdisciplina pone énfasis, de manera básica, en la urgencia de un

cambio de visión que parta del reconocimiento de que, a pesar de que es

irrefutable el enorme beneficio de la ciencia y la tecnología modernas, es

necesario caer en la cuenta de los excesos de la ciencia sin conciencia,

que colocan al ser humano en la paradójica situación de poseer un potencial

simultáneamente creativo y destructivo sin paralelo en la historia.

Tal urgencia llega al grado de que la viabilidad misma de la experiencia

humana se encuentra seriamente comprometida. En esta coyuntura, es

imprescindible volver la mirada hacia la función social de la universidad:

“En el fondo, toda nuestra vida individual y social está estructurada por la

educación. La educación se encuentra en el centro de nuestro devenir. El

devenir está estructurado por la educación que es impartida en el presente,

aquí y ahora” (Revilla Guzmán, 1992: 483). Gracias a la problematización

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gnoseológica que se da al inicio de la modernidad, tanto desde el racionalismo

cartesiano como desde el empirismo baconiano, se plantean,

desde diversos ámbitos, tesis que configuran en cierta medida el rostro

de la ciencia moderna, la cual apuesta, desde su mismo origen, al menos

a tres aspectos: 1) la existencia de leyes universales de carácter matemático;

2) el descubrimiento de esas leyes por medio de la experimentación

científica; y 3) la reproducibilidad de los datos experimentales.

Por su parte, la filosofía cientificista concibe un solo nivel de realidad

en donde prevalece un encadenamiento continuo de causas y efectos

mecánicos, a la usanza de la causalidad eficiente que proponen los antiguos,

en especial Aristóteles (1998). Empero, la ciencia moderna dejó de

buscar causas últimas y formales como lo hicieron los filósofos durante

muchos siglos, al menos desde los presocráticos, para concentrarse en

la elucidación de los mecanismos de las leyes naturales desde un punto

de vista fragmentario y reduccionista. De ahí que cuestiones por ejemplo

teológicas o teleológicas, resultaran superfluas desde la óptica científica.

Recientemente, esta óptica reduccionista ha ido modificándose conforme

se hace evidente que los diversos procesos interactúan entre sí y que no

permanecen independientes uno de otro; lo que hace necesario pues,

la reconstrucción holística de la realidad estudiada, en el sentido de la

necesidad de un pensamiento “ecologizado”, como del que habla Ander-

Egg (2001).

Por otro lado la ciencia intentó durante algún tiempo, hacer a un lado

la subjetividad, de tal suerte que la objetividad se erigió como criterio exclusivo

de verdad. Si lo subjetivo se mezclaba en la explicación del objeto,

tal explicación resultaba inválida. De esta manera, la subjetividad aparece

como un obstáculo a vencer con la finalidad de alcanzar un conocimiento

completamente independiente de las particularidades del sujeto; como

consecuencia, el ser humano en su dimensión espiritual es sacrificado

en el sentido de que tal dimensión intentó estudiarse como si se tratara

de un fenómeno mecánico y extenso.

Aunado a esto, a partir al menos de los siglos XVIII y XIX, las diversas

disciplinas reclaman reconocimiento entre el catálogo de saberes legítimos,

tratando todas ellas de revestirse con el ropaje de la ciencia en pos

del reconocimiento social. El conocimiento se fragmenta y se parcela; los

especialistas saben mucho de muy poco y, en algunas ocasiones, lo que

está fuera de su especialidad permanece en tinieblas.

En los inicios del siglo XX hace su entrada la física cuántica y se cimbra

el edificio científico. La física clásica no alcanza para explicar las observaciones

del mundo subatómico. Frente a la continuidad y certidumbre

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mecánica del mundo macroscópico, el mundo subatómico ofrece un panorama

inexplicable para la física newtoniana, discontinuo, probabilístico.

Una nueva causalidad debe existir en la escala cuántica: la escala de lo

infinitamente pequeño e infinitamente breve. Una cantidad física tiene,

según la mecánica cuántica, varios valores posibles, afectados por probabilidades.

La nueva causalidad fue aclarada setenta años después del

nacimiento de la mecánica cuántica, gracias al “Teorema de Bell” y a ciertas

experiencias de gran precisión. Esto ha dado origen a un nuevo concepto:

la no separabilidad. En física clásica, si dos objetos se acercan, interactúan

y si se alejan, la interacción tiende a disminuir hasta desaparecer. En

cambio, en el mundo cuántico las entidades siguen interactuando a pesar

del alejamiento, lo cual es contrario a las leyes de la física macroscópica.

La interacción presupone un vínculo que reta a la causalidad eficiente o

local. Pero si uno acepta una nueva causalidad global que concierne el

sistema de todas las entidades físicas en su conjunto, la paradoja se diluye.

Sólo hay que reconocer la “sinergia”: una colectividad siempre es más que

la suma de sus partes, en donde parece haber una cierta reminiscencia

de la causalidad aristotélica. Pero este principio fundamental no puede

ser apreciado desde cualquier posición no holística, que presupone lo

observado como un conjunto de partes interdependientes entre sí, donde

el investigador trata de considerar la forma en que todas estas partes trabajan,

se afectan y condicionan mutuamente en forma simultánea; de ahí

que se deba considerar al fenómeno estudiado como un todo. Lo contrario

de la visión holística es la visión atomista, que estudia las cosas parte por

parte, aclarando cómo funciona cada parte y cuál es su aporte al todo,

aunque muchas veces sin alcanzar esto último. Como dice Johansen, “los

fenómenos no sólo deben ser estudiados a través de un enfoque reduccionista.

También pueden ser vistos en su totalidad. En otras palabras,

existen fenómenos que sólo pueden ser explicados tomando en cuenta el

todo que los comprende y del que forman parte a través de su interacción”

(Johansen, 1989: 18).La característica esencial de una totalidad es, pues,

la “sinergia”. Como un todo es un sistema cuyas partes son inseparables

entre sí, hay un fenómeno nuevo que emerge y se observa sólo cuando

hay “un todo funcionando”; tal es la sinergia, fenómeno que no se aprecia

cuando observamos algo parte por parte, pues la realidad, en sí, no está

fragmentada sino unida por vínculos que fácilmente escapan al observador

casual. Un ejemplo clásico es el del reloj: ninguna de sus partes contiene

a la hora en el sentido de que ninguna de las piezas de éste es capaz de

mostrar el factor

tiempo: podría pensarse que las piezas pequeñas deberían

indicar los segundos; las piezas medianas los minutos y, el conjunto,

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la hora. Pero no es así. El conjunto de piezas del reloj, interrelacionadas

e interactuando entre ellas, es capaz de indicarnos la hora. Al respecto,

“se dice que un objeto posee sinergia cuando el examen de una o alguna

de sus partes (incluso de cada una de sus partes) en forma aislada, no

puede explicar o predecir la conducta del todo” (Johansen, 1989: 37). La

sinergia no es fácil de apreciar, pero tampoco es completamente difícil

de captar. En los sistemas mecánicos, como acaece en los artefactos

humanos, suele identificarse con facilidad: la sinergia de los automóviles

es que transportan personas y cosas (ninguna de sus partes es capaz de

transportar algo). En cambio, los sistemas biológicos, los ecosistemas,

los sistemas humanos, no presentan la misma facilidad para mostrar su

sinergia. La sinergia de la familia es la vida y la preservación de la especie

y de su entrono (social, económico y cultural). La sinergia de un glacial o

un desierto es la producción de biomasa particular en cada caso de modo

que se optimiza la eficiencia del uso de los recursos energéticos que se

incorporan al sistema en cualquiera de ellos. La sinergia de una agrupación

humana cualquiera es algo en lo que se manifiesta toda la humanidad de

sus integrantes en su más amplio sentido y no únicamente aquello que

producen de manera individual. La sinergia de un club puede ser el placer

de encontrarse y disfrutar de la vida, como propiedad emergente aunada

a la actividad específica que los reúne, sea ésta deporte, arte u otra.

Al determinismo de la física clásica se opone el indeterminismo de la

física cuántica. Indeterminismo que de ninguna manera debe confundirse

con imprecisión; hasta ahora, las predicciones de la teoría cuántica han

sido siempre verificadas con gran tino. Lo que resulta del indeterminismo

cuántico es que abre la puerta a una concepción de la realidad en donde

una causa puede producir efectos diversos en razón de las variables cambiantes.

La abstracción no es solamente una herramienta para describir la

realidad, es parte de la realidad; en este sentido “realidad es lo que resiste

a nuestras experiencias, representaciones, descripciones, imágenes o formalizaciones

matemáticas” (Nicolescu, s.a: 17). En su sentido ontológico,

realidad describe un conjunto de sistemas invariantes a la acción de un

número de leyes generales (Nicolescu, s.a). Dos niveles de realidad son

diferentes si, pasando de un plano a otro, hay ruptura de leyes. Sin embargo,

hasta ahora no se ha podido encontrar un formalismo matemático

que permita el pasaje riguroso de un mundo a otro. Adicionalmente, no es

posible seguir afirmando la inexistencia de más de un nivel de percepción

de la realidad por parte del sujeto, pues la contrapartida de la posibilidad de

existencia de más de un nivel de realidad, es la posibilidad de existencia

de más de un nivel de percepción.

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Un resultado de la posibilidad de existencia de más de un nivel de

realidad y más de un nivel de percepción es la reversibilidad del tiempo.

En este punto Nicolescu no deja en claro a qué se refiere específicamente

con el término reversibilidad, pues por un lado, puede significar la

conexión que se da entre distintos niveles de realidad que experimenten

tiempos distintos, y por otro lado, podría referirse al hecho que la física

teórica actualmente trabaja en relación a que el tiempo es, teóricamente,

reversible; por su parte, Nicolescu cita a San Agustín. Si el tiempo pasa,

¿cómo puede decirse que es? El tiempo de los físicos es una aproximación

limitada al que conciben varios filósofos (lo que Nicolescu llama “tiempo

viviente de los filósofos”), el cual es un tiempo vivo que contiene en sí

mismo el pasado y el porvenir, pero que constantemente tiende al no-ser.

Para los físicos lo que hay es una línea de tiempo, donde cada punto

representa indefinidamente momentos pasados, presentes y futuros. De

este modo es un parámetro o un instrumento que permite mensurar; es

una representación matemática, simple y antropomórfica. El asunto es que

“el gran asombro es constatar que aún una representación matemática

del tiempo, por lo tanto rigurosa, de acuerdo con la información que nos

es dada por los órganos de nuestros sentidos, es puesta en duda por la

emergencia del nivel cuántico, en tanto que nivel de Realidad diferente

del nivel macrofísico” (Nicolescu, s.a: 21).

Ciertamente, la física cuántica ha puesto en entredicho tres axiomas

de la lógica clásica: el principio de identidad (A es A), el principio de contradicción

(A no es no-A), y el principio de tercero excluido (no existe un

tercer término T que es a la vez A y no-A). La física cuántica hizo florecer

muchas nuevas lógicas que intentaron ampliar el campo de validez de la

lógica clásica. Sin embargo, hay una relación entre lógica y ambiente; por

su parte el ambiente como la comprensión, cambia con el tiempo, lo cual

implica que la lógica tiene un fundamente empírico y que, al igual que el

universo, la lógica tiene una historia; no es algo inmutable ni eterno. Las

lógicas cuánticas no han podido rescatar de la controversia sus poderes

predictivos, pero tampoco han tomado en cuenta la modificación del axioma

del tercero excluido, a pesar de haber logrado cambiar el segundo axioma,

el de no contradicción, en donde, para Nicolescu, Lupasco y Husserl fueron

los pioneros, aunque en realidad no queda explicado con claridad, por lo

menos en el Manifiesto, cómo es que el principio de contradicción queda

en entredicho a partir de la física cuántica.

El axioma del tercero incluido (existe un tercer término T que es a la

vez A y no-A), que para Nicolescu simboliza una lógica de la complejidad,

puede ser admitido sin controversia sobre la premisa de la existencia de

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más de un “nivel de realidad” (2). Por ejemplo, la luz tiene el comportamiento

tanto de una partícula como de onda, pero ¿cuál de los dos es?

Según la física clásica, donde sólo hay un nivel de realidad, a veces la

luz es tratada como onda, mientras que en otras ocasiones, dependiendo

del interés del momento, como partícula. Pero podemos intentar visualizar

los contrarios, A y no-A, o sea onda y partícula como los vértices de un

triángulo, en un nivel de realidad, mientras que T (A, no-A) se ejerce a un

nivel de realidad distinto donde los contrarios se unen y lo contradictorio

deja de serlo, en una suerte de síntesis hegeliana que funciona como

Aufheben o superación de los dos contrarios. Situado al mismo nivel

que A y no-A, T no puede realizar su conciliación. La triada hegeliana se

sucede en el tiempo, por eso es incapaz de realizar la conciliación de los

opuestos; en cambio, en la lógica del tercero incluido sí puede acaecer

porque la triada coexiste en el mismo momento y entonces la tensión entre

los contradictorios edifica una unidad más amplia que los incluye. La

lógica del tercero incluido es una lógica de la complejidad; no elimina la

lógica del tercero excluido, sólo reduce su campo de validez a condición

de ensanchar las nociones de verdadero y falso.

Al aceptar más de un nivel de realidad y nuevas lógicas, un tercer

elemento se suma en pos de ensanchar la visión de la física clásica: la

complejidad. La complejidad se nutre de la explosión disciplinaria fomentándola,

al mismo tiempo que determina la multiplicación de las disciplinas

exigiendo una coordinación más cercana entre ellas.

En el modelo clásico, el campo de cada disciplina se hace cada vez

más agudo y se imposibilita la comunicación entre disciplinas: la realidad

unidimensional simple es sustituida por una realidad compleja multiesquizofrénica.

El mismo sujeto es pulverizado en cada vez más partes

para ser estudiado por diferentes disciplinas. El big-bang disciplinario

corresponde a las necesidades de una tecnociencia sin freno, sin valores,

sin más finalidad que la eficacidad por la eficacidad. Queda de lado, pues,

la visión integral de la realidad en pos del fragmento.

Mucho tiempo, ciencia y cultura fueron inseparables; todavía en el Renacimiento

no se había roto la unión. La propia Universidad, en su sentido

etimológico, tiene por objeto lo universal durante el Medioevo. La ruptura

parece darse a partir de la ciencia moderna, pero se hizo visible apenas

en el siglo XIX con el boom disciplinario. En nuestros días la ruptura se ha

consumado: tal pareciera que ciencia y cultura no tienen nada en común,

y esto se llega a apreciar en toda Universidad, donde se hace patente la

separación entre el departamento de ciencias y el de cultura. La ciencia

no tiene acceso a la nobleza de la cultura y esta última no tiene acceso al

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prestigio de la ciencia. Cultura científica y cultura humanista se perciben

como antagonistas o divorciadas a causa de los valores que sostienen,

que llegan a no ser los mismos (3). Pero si multi e interdisciplinariedad

refuerzan el diálogo entre las dos culturas, la transdisciplinariedad permite

vislumbrar su unificación abierta.

La complejidad es inmanente a todas las disciplinas que han surgido.

Especialmente en física de partículas no ha sido posible ninguna formulación

matemática rigurosa que explique las interacciones cuánticas

observables en una sola teoría unificada. Otro tanto ocurre en todas

las otras ciencias naturales y sociales; las artes no son la excepción. El

ideal de simplicidad unidimensional se ha derrumbado bajo el peso de la

complejidad multidimensional: la complejidad rebasa la disciplinariedad.

La complejidad en la ciencia es primero la complejidad de ecuaciones y

modelos; por tanto es un producto de la mente, pero esta complejidad no

es sino reflejo de espejo de la complejidad de los datos experimentales,

lo que sugiere que está también en la naturaleza de las cosas. Entonces,

¿por qué es tan aparente una asombrosa coherencia entre lo infinitamente

pequeño y lo infinitamente grande? ¿No será que los antiguos tuvieron

razón al hablar de las relaciones indisolubles entre los diversos niveles de

realidad, expresadas en términos del cosmos y el microcosmos poniendo

de manifiesto el continum que subyace a la multidimensionalidad? Tal

vez una pauta hermenéutica que ayude a comprender este asunto es

la existencia de varios niveles de realidad, los cuales corresponden a la

existencia de varios niveles de percepción que acontecen en el sujeto; empero,

el sujeto que evolucionó con la tecnociencia se cree unidimensional

y considera que la realidad es isomórfica en ese sentido, es decir, que es

unidimensional. En cierto modo, hoy los saberes parecen desfasarse con

respecto a la mentalidad del sujeto. La armonía entre saberes y mentalidades

presupone que los saberes sean inteligibles. ¿Cómo puede haber

un diálogo de saberes hoy día? ¿Cómo puede comunicarse exitosamente

un físico con un biólogo, un economista y un matemático? Unas primeras

aproximaciones fueron la multidisciplinariedad (estudio de un objeto por

varias disciplinas a la vez), y luego la interdisciplinariedad (transferencia

de métodos de una disciplina a otra). En este último caso, se habla de tres

grados de interdisciplina posibles: a) de aplicación, por ejemplo, de métodos

de física nuclear aplicados en medicina para tratamiento de cáncer; b)

de grado epistemológico, como métodos de lógica formal en derecho; c)

de grado de generación de nuevas disciplinas, como la transferencia de

métodos matemáticos en física que ha engendrado la física matemática.

Sin embargo, multidisciplinariedad e interdisciplinariedad quedan inscriaño

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tas en el marco de la investigación disciplinaria. He ahí el gran reto de la

transdiscilpina: recomponer a partir de la fragmentación.

A la transdisciplinariedad concierne “lo que está a la vez entre las disciplinas,

a través de las diferentes disciplinas y más allá de toda disciplina.

Su finalidad es la comprensión del mundo presente en el cual uno de los

imperativos es la unidad del conocimiento” (Nicolescu, s.a: 35). Se interesa

por la dinámica engendrada por la acción de varios niveles de realidad a

la vez. Los tres pilares de la transdisciplinariedad son: 1) los niveles de

realidad, 2) la lógica del tercero incluido y 3) la complejidad. Con base en

estos ejes se estructura y determina la metodología de la investigación

transdisciplinaria. El carácter complementario de disciplina, multi, inter y

transdisciplinariedad es fácilmente constatable.

La transdisciplinariedad asume la imposibilidad de una teoría completa

cerrada sobre sí misma, debido a la estructura abierta gödeliana

del conjunto de los niveles de realidad inducida por la lógica del tercero

incluido sobre los diferentes niveles de realidad. El “teorema de Gödel” de

aritmética dice que un sistema de axiomas suficientemente rico conduce

inevitablemente a resultados, sean inciertos, sean contradictorios. La estructura

gödeliana del conjunto de niveles de realidad, asociada a la lógica

del tercero incluido, implica la imposibilidad de teorías completas para

describir el paso de un nivel a otro y para describir el conjunto de niveles

de realidad. La unidad que vincula todos los niveles de realidad tiene que

ser abierta y, para que sea así, es necesario considerar que el conjunto

de los niveles de realidad se prolonga por una zona de no-resistencia a

nuestras experiencias, representaciones, imágenes o formalizaciones

matemáticas. Juntos, el conjunto de niveles de realidad y su zona complementaria

de no-resistencia, constituye el “objeto transdisciplinario”:

la pluralidad compleja y la unidad abierta son dos facetas de una sola y

misma realidad. De aquí surge un nuevo “principio de relatividad”: ningún

nivel de realidad constituye un lugar privilegiado donde se puedan comprender

todos los otros niveles de realidad, lo cual habla precisamente de

un relativismo relativo (Beuchot y Arenas-Dolz, 2008).

En la visión transdisciplinaria, la realidad no es sólo multidimensional,

sino que es también multirreferencial. Esto significa que los diferentes

niveles de realidad son accesibles al conocimiento humano gracias a la

existencia de diferentes niveles de percepción que, a su vez, incluye una

zona de no-resistencia a la percepción. El conjunto de niveles de percepción

y su zona complementaria de no-resistencia constituyen al “sujeto

transdisciplinario”. Las dos zonas de no-resistencia de Objeto y Sujeto

transdisciplinario deben ser idénticas para la comunicación entre ambos. A

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la complejidad infinita del objeto transdisciplinario responde la simplicidad

infinita del sujeto transdisciplinario. Tal como lo sugiere Nicolescu en el

Manifiesto (Nicolescu, s.a).

Según la tesis de Nicolescu, se pueden distinguir tres etapas en cuanto

a visión de la naturaleza: la naturaleza mágica, la naturaleza máquina y

la muerte de la naturaleza. Para el pensamiento mágico, la naturaleza

es un organismo vivo dotado de inteligencia y conciencia que interactúa

con el hombre; es más, no puede ser concebida fuera de sus relaciones

con el hombre. Para el pensamiento mecanicista, la naturaleza es una

máquina que se puede y debe desmontar pieza por pieza para poseerla

y dominarla con el fin de que trabaje al servicio del hombre, lo cual fue

en cierto modo obra de la filosofía moderna que inicia con Descartes y

Bacon. Sobre este asunto, Roberto Follari apunta: “La modernidad que

ha paseado por la historia de Occidente [es] la idea de que el mundo es

un espacio para ser dominado, para ser explotado bajo la racionalidad

pragmática, dispuesto a ser objeto de cálculo racional a la pura finalidad

de su dominio y de la ganancia que pueda proveer. Estas son las credenciales

de nacimiento de la interdisciplina, no otras” (Follari, 2005: 9)

(4). La consecuencia lógica de esta visión pragmática proveniente del

mecanicismo es, ciertamente, la muerte de la naturaleza. La naturaleza

está muerta y sólo queda la complejidad en la que el propio sujeto es un

accidente absurdo. Pero la naturaleza está muerta sólo para la visión

clásica. El vacío-vacío de la física clásica es reemplazado por el vacíopleno

de la física cuántica, donde todo es vibración y fluctuación entre

el ser y el no-ser. El vacío cuántico está pleno de todas las potencialidades,

de la partícula al universo entero. Nuestro espacio-tiempo continuo

de cuatro dimensiones no es, aparentemente, el único espacio-tiempo

concebible. La materia está lejos de identificarse con la substancia; en el

mundo cuántico lo observable es una perpetua transformación energíasubstancia-

información, donde energía es el concepto unificador; por su

parte, la información es una energía codificada, mientras que la substancia

es una energía concretizada. El espacio-tiempo mismo no es sino una

consecuencia de la materia. El grado de materialidad cuántica se asocia

a un complejo substancia-energía-información-espacio-tiempo. El grado

de materialidad corresponde al grado de complejidad, tal como lo señala

la estructura gödeliana de la naturaleza y el conocimiento.

De acuerdo al modelo transdisciplinario de la realidad, la naturaleza

es objetiva y está sometida a una objetividad subjetiva en la medida en

que los niveles de realidad están unidos a los niveles de percepción. La

naturaleza es también subjetiva y está sometida a una subjetividad objetiva

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en la medida en que los niveles de percepción están unidos a los niveles

de realidad. La trans-naturaleza está unida a la comunidad de naturaleza

entre el objeto y el sujeto transdisciplinario. Para la transdisciplinariedad,

la naturaleza puede ser estudiada por el hombre mediante la ciencia,

y no es concebible fuera de su relación con el ser humano. Estas tres

cosas definen la naturaleza viva que exige una nueva filosofía o visión

de la naturaleza. Esto contribuye a una gnoseología donde el sujeto está

implicado necesariamente en el objeto y viceversa. Según Espina Prieto,

“el sujeto que conoce está implicado (emocional, racional, éticamente)

en el contexto de lo que conoce, forma parte de un proceso común que

incluye a ambos ejes de la relación de conocimiento, está relacionado con

el objeto, lo modifica y se modifica a sí mismo en el proceso investigativo”

(Espina Prieto, 2007: 34).

Ante el mundo cuántico, el sujeto debe volver a ser infante; debe

sacrificar muchas costumbres de pensamiento, certidumbres, imágenes.

Para poder experimentar la no-separabilidad, que se refiere a la unión

indisoluble entre los fenómenos en la totalidad de lo que es, se debe

silenciar el pensamiento habitual y regresar a la “teoría” (theoría), que

etimológicamente quiere decir “contemplar”. Un nivel de realidad es un

pliegue del conjunto de niveles de percepción y un nivel de percepción es

un pliegue del conjunto de niveles de realidad. De pliegue en pliegue, el

hombre se inventa a sí mismo y de ello resulta un nivel de comprensión.

Siendo la realidad múltiple y compleja, los niveles de comprensión son

múltiples y complejos. Pero como la Realidad es también una unidad

abierta, los diferentes niveles de comprensión están unidos en un “Todo”

abierto que incluye Sujeto y Objeto transdisciplinarios.

Como se aprecia, la transdisciplina para Nicolescu pretende una visión

global o amplificada de la realidad, que permita al sujeto un conocimiento

más amplio de aquello que lo contiene. De esta manera, la transdisciplina

promueve la transversalidad del conocimiento, donde un saber repercute

en el todo. Es una visión que pretende ser integral y holística. Toledo afirma

que la transdisciplina “cruza las diferentes especialidades y va más

allá de cada una; requiere por lo tanto de un grado de integración más

alto. Sólo puede ejercitarse a partir de un amplio fundamento conceptual

que considera en su integridad a los procesos biofísicos y sociales que

constituyen nuestra realidad. La transdisciplina, por lo tanto, está destinada

a romper con nuestras tradiciones académicas que hoy separan

a las ciencias naturales de las ciencias sociales e ir más allá: absorber

conocimientos de la rica cantera de diversidad plasmada en los paisajes

culturales modelados por el hombre” (Toledo, 2006: 15-16). Tal vez la

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misión de la transdisciplina sea esto que expresa Toledo, pero hace falta

ver todavía cómo ha de lograrlo. La realidad fragmentada por la visión

disciplinaria puede ser reconstruida desde la transdisciplinariedad; la

transdisciplina no nos hará especialistas en todo, aunque los especialistas

seguirán haciendo falta, pero nos permitirá ampliar la visión del conjunto

y reconocer los lazos que vinculan a todo lo real entre sí a través de representaciones

que re-enfaticen la unidad de lo diverso, que es lo que la

especialidad nos hace olvidar.

Enero de 2009.

Notas

(1) El término transdisciplina fue utilizado, por primera vez, en 1970, según lo ha investigado

el propio Nicolescu (Serrano y Serrano, 2004).

(2) Sin duda, no es suficientemente nítido el funcionamiento de la lógica del tercer incluido,

pues parece tener bases en la propia lógica clásica, de cuño aristotélico. Por ejemplo,

Almarza, comentador de Nicolescu, llega a decir que “la lógica del tercero incluido puede

explicar la coherencia que, en otro nivel, se manifiesta como incoherencia” (Almarza,

2006). La falta de nitidez de este principio es clara cuando se aprecia la condicionante

lógica de la afirmación citada: “en otro nivel”. En efecto, la misma lógica aristotélica, que

implicaba su visión ontológica, estaría de acuerdo con la lógica del tercer incluido, pero

respetando el principio de contradicción, que incluso en la enunciación de Almarza (2006)

aparece evidenciado.

(3) Tema decimonómico y que puede verse reflejado, en el siglo XX, por ejemplo, en Snow

(1993).

(4) En este contexto, Follari habla de las múltiples teorías transdisciplinarias, interdisciplinarias,

etcétera (Follari, 2005: 9).

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